:: síntomas leves e imaginarios

He bajado el ritmo, perdí la cabeza, por más que suene a contradicción. Bueno, la poca que me queda es para las pequeñas cosas, está situada en una región anatómica bajo las costillas y el esternón, donde se acumulan los vapores. El resto es corteza, no me llega la carne al cuello, todo el vacío al tronco.

Las cosas que me preocupan no son importantes y esa cancioncilla me resuena en la azotea. A medida que pasa el tiempo esto se agrava. Todo lo que me ronda está relacionado con la preocupación excesiva con respecto a la nada, a “la perfección del Arte y el deleite de la Naturaleza”. No tener cabeza para lo fundamental me parece un atraso, un error, una incongruencia y por eso me pasa todo lo que me pasa. De vez en cuando también acude Peter Pan a escena y se me ocurren este tipo de entradas, nada random, para estos temas sí que tengo actitud y me pongo al frente del autoanálisis minucioso.

Boomer:  adj despec. Persona antigua con independencia de la edad. Ej. Ok, boomer te han salido a colación pequeñas cositas que en la juventud no sabías ni que existían. Léase, lunares, quistes, heridas, ardores, incluso los latidos del corazón y los movimientos involuntarios. Por no hablar de las sensaciones físicas no muy claras: que no veo bien de lejos, de cerca, que no oigo, que ensancho, que se me incendian las rodillas, que no siento ni padezco.

No descarto la posibilidad de que realmente me hallan amputado el cerebro. En muchas ocasiones centro mi atención en síntomas leves e imaginarios y no en conseguir una vida plena. Solo me quedo tranquilo durante un momento mientras duermo, pero mi preocupación por lo general vuelve de nuevo a la mañana siguiente. Alguien de la generación Z llama en mi cabeza, otra vez la contradicción, toc toc, soy un trastorno obsesivo-compulsivo. Me queda el paisaje, pensamientos talados, recurro a los árboles, a las sombras. Pienso: no es tan grave, y me refugio en el hueco de lo que he sido.

 

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Datos sobre el Palacio de Villahermosa

— Situado en la esquina del Paseo del Prado con la Carrera de San Jerónimo, Construido en el siglo XVIII tomando como base varias viviendas del XIX.

— El palacio fue diseñado por Silvestre Pérez en 1783 a petición de María Manuela Pignatelli de Aragón y Gonzaga, duquesa de Villahermosa, y terminado por Antonio López Aguado en 1806.

— Curiosidad histórica, es el inmueble donde el Duque de Angulema residió al llegar a Madrid en 1823 al frente de los Cien Mil Hijos de San Luis.

— El compositor Franz Liszt tocó el piano en uno de sus salones en 1844 (según atestigua una placa colocada en su fachada de la Carrera de San Jerónimo)

— En el decenio 1846-56 los duques alquilaron la primera planta del edificio como sede del Liceo Artístico y Literario de Madrid, fundado en 1837 por José Fernández de la Vega (1803-1851).

— El edificio fue comprado en 1973 por la banca López Quesada y transformado como edificio de oficinas y el tejado se modificó para ganar altura en las buhardillas

—Tras la quiebra del banco, en 1980 el edificio pasó a manos del Estado español, y en 1984 se adscribió al Museo del Prado

— Su rehabilitación final como sede del Museo Thyssen-Bornemisza fue diseñada por Rafael Moneo e inaugurada en octubre de 1992.

— En 2004, se le sumaron dos edificios colindantes de línea moderna, a modo de ampliación. El edificio consta de tres plantas y combina armónicamente en la fachada la piedra y ladrillo visto.

— La inscripción que remata la fachada del jardín dice en latín: María Manuela, Duquesa de Villahermosa, unió en este lugar la perfección del Arte y el deleite de la Naturaleza.


:: patio de luz

  

Hay un mapa pintado

en la pared de enfrente.


Cumple el teorema de los cuatro colores

y sueña su tesoro.


En todo pensamiento
 

hay un patio de luz por donde huir,

un muro de esperanza a reformar,

un rectángulo azul
 

donde luchar desnudo.


de Colores sin regreso,  tercera sección de Música,
Pablo Martín Coble, Ed. El sastre de Apollinaire 2021





:: teorema del patio de luces

Una buena forma para celebrar el nacimiento de un poema sería hacer pedagogía, de la tesis sobre la que se sustenta. Por ello queremos hablar hoy sobre un teorema encontrado en el libro “Música” de Pablo Martín Coble. Lo enunciaremos primero:

"Cualquier poema dibujado en un patio de luces puede pintarse utilizando únicamente una idea, de tal forma que, si comparten frontera la sensación de huir y la esperanza, entonces el patio de luz se divide en rectángulos de azul”.

Esto es lo que ocurre con este poemario, que se divide en colores, por momentos no encuentras el vínculo que une cada uno de los pedazos. Pero cuando adviertes los teoremas subyacentes, entonces todo fluye, cada sección es a su vez parte de un puzzle, y en cualquier pieza encuentras respuesta a las dudas: «Anotas en tu cuaderno los deberes del día, burlar al zapatero, librarte de sus gubias y de su voz carnosa, suplicar al perro que guarda la mina una linterna y llegar a la piedra de galena que te salva del mundo». Y todas las incertidumbres son erróneas y se reproducen: la sopa fría, los silbidos, el plástico de los soldados, los encuentros, los caballos de año nuevo, los múltiplos de diez.

Contemos, pues, la fascinante historia del “Teorema del patio de luces”. Quizá, no hay sólo uno y el libro está plagado de proposiciones: la del lenguaje, la de los recuerdos, los colores, el espacio entre los ojos, el blanco, la soledad o los matemáticos. Siempre, en los poemas de Coble puede no ser evidente el teorema de ámbito matemático, pero ahí está. En un orden natural el mapa se localiza antes que el tesoro, en él están dibujados los trazos de “las islas donde habitan los pájaros implacables”. El mismo autor en una entrevista, nos dice que su libro «suena a golondrinas de
Bécquer, a calle, a segundo movimiento, a madre, a Madre y a mujeres en resistencia, en este orden». En otra ocasión contó que el poemario era una suerte de “testamento”,  entendimos quizá, para no caer en el olvido. Y efectivamente el libro ha tenido que esperar varios siglos para recibir el reconocimiento que merecía. Recogemos varias reseñas al azar que lo atestiguan: “Música”, de cierto aire visionario, una especie de zarabanda entre el lenguaje y sus nidos, sus escotomas, su poder demiurgo, y la mirada sobre el mundo. _ Esther Peñas ///  “Su poesía está imbuida en el lirismo a la vez escuálido y esperanzado de las ciudades, tan llenas de vida y a la vez de muerte” _ Rafael Cruz /// La escritura de Pablo Martín Coble tiene una solidez expresiva que es el resultado de su adecuado enfoque rítmico y de su sostenida ambición visionaria para ir más allá del lenguaje callejero y de la mirada trivial o prosaica _ Santos Domínguez Ramos.

Al final casi no hablamos del “teorema del patio de luces”, ni se mencionó a Magallanes, ni a François Clouet, Olivier Messiaen o Francis Guthrie, ni hablamos apenas de “Música”. Tratamos todo el tiempo del autor, ese hombre que “hace sonar la nieve hasta el fin de los tiempos”, ese hombre, que con un nuevo ritmo, se hace moderno, para parecerse a él mismo. Al final del poema dibujado en un patio de luces nos queda sólo un pensamiento, un bonito “rectángulo azul donde luchar desnudo”