imagen::calber
::un
río en agosto con un grupo de amigos intelectuales, hechos cotidianos,
acampar sobre la hierba, reflexionar sobre la realidad. La experiencia
me aportó varios testimonios y planteamientos vitales, del tipo
(transcribo lo que oí que decían, mientras la cerveza competía con el
agua en la ribera):
«Nos
dedicamos en especial y en general al mundo del arte. Nos gusta
inventar historias, somos supersensibles, citamos lo natural con
bastante frecuencia, nos encanta encantarnos, y solemos llevar libretas
para apuntar todo aquello que se nos ocurre cuando menos lo esperamos.
Disfrutamos mucho el inspirar y ser inspirados, a partes iguales. Nos
gusta pensar que, además de creativos somos padres, novios, personas.
Sabemos que si buscamos más lo encontramos seguro. Todo nos hace cada
día más felices y creer más en el ser humano y en la sociedad como lugar
donde desarrollar todo nuestro potencial».
Me
doy cuenta de la transcendencia del debate, y lo llevo a un área que me
está empezando a preocupar de nuevo, el reconocimiento de esta
actividad artística y su valor en la sociedad, su valor real. Mis amigos
intelectuales están en su derecho, lo dice la Constitución en su
artículo 20. 1, a y b: Se reconocen y protegen los derechos: a) A
expresar y difundir libremente los pensamientos, ideas y opiniones
mediante la palabra, el escrito o cualquier otro medio de reproducción.
b) A la producción y creación literaria, artística, científica y
técnica. Están especialmente protegidos dentro del capítulo II del título I, sobre los derechos fundamentales y libertades públicas.
La
cuestión está en como aunar estos variados y desconcertantes mundos. En
el río estaban también nuestras musas, todas ellas, bajan de las
montañas, entre la nieve y se instalan en las bibliotecas, allí redactan
los contratos, interpretan nuestros derechos, los términos legales que
nos hacen ser más libres cada día y que tras un proyecto venga otro más
imaginativo y rentable, o quizá solo lo primero. Y gracias a ellas
producimos y creamos, opositamos bajo un techo de cristal azul celeste.